Indignados e incluidosHace algunos días, bajo la consigna "¡Salvemos la democracia!", un grupo pequeño de académicos, en representación de un conjunto de más de cien colegas del mundo académico, político y de los medios, todos jóvenes e ideológicamente transversales (entre los cuales nos encontramos), se reunió con el ministro Secretario General de la Presidencia para entregarle una carta que exigía avance en la implementación de la inscripción automática, reforma que fue aprobada en el Parlamento en 2009. Luego, se hizo lo mismo con la presidenta de la Comisión de Constitución del Senado, Soledad Alvear, en las dependencias del Congreso en Santiago. Unas horas más tarde, ese mismo edificio fue tomado. El contraste entre las cordiales reuniones de la mañana y las escenas de la tarde no podría ser más fuerte ni más elocuente.La capacidad de reunir personajes de tan amplio espectro político en una causa común y la cordialidad de las reuniones sostenidas con representantes de la clase política nos recuerdan que, a pesar de los problemas reales que enfrenta el sistema político chileno hoy, estamos lejos de una crisis como la de 1973. En gran medida, lo ocurrido en el país hace 40 años se asemeja mucho más a la polarización actual de los partidos políticos en EE.UU. y su incapacidad de llegar a acuerdos en el Congreso, incluso cuando los riesgos de no acordar son más que evidentes. La clase política chilena todavía no ha perdido la capacidad de dialogar.
Pero si la aún existente capacidad de dialogar y de aprobar proyectos de ley indica la ausencia de una fuerte brecha entre las fuerzas políticas del tipo que varias veces en el pasado ha llevado a quiebres institucionales, la brecha emergente, como demostró la invasión del ex Congreso, es más preocupante. Porque no se trata de una brecha entre derecha e izquierda o entre estudiantes y el Ministerio de Educación, sino que entre indignados e incluidos. Esta división es la que los hechos recientes ponen en evidencia.
Si bien es usual culpar al mercado por las brechas que separan a indignados e incluidos en la sociedad chilena -y por cierto que el modelo económico contribuye-, es el modelo político, aún preso del legado autoritario, el que ha persistido en una fórmula que privilegia la estabilidad y el diálogo cupular, sobre la inclusión y la participación. El modelo político, por diseño, obtura la inclusión de grupos y actores emergentes.
Si algo tienen en común los indignados en todo el mundo, es la frustración de aquellos que no logran hacer oír sus demandas, ni hacer valer sus derechos. Mientras las vías de comunicación se multiplicaron exponencialmente en nuestra vida cotidiana, el diálogo entre indignados e incluidos no existe.
Una posible solución a los conflictos actuales consiste, precisamente, en que ambos grupos se reconozcan mutuamente y dialoguen. Para ello, los incluidos tendrán que darse cuenta de que "su Chile" no es el Chile de una proporción significativa de la población. Los indignados tendrán que aceptar que la política, en democracia, supone negociar en el ámbito institucional. Debatir sobre un nuevo texto constitucional, en un ámbito de apertura y participación, puede contribuir a generar puentes entre ambos grupos, y ojalá termine siendo el primer paso en la construcción de una democracia de mayor calidad, en la que sean muchos más los incluidos y muchos menos los indignados.
ROBERT FUNK
INAP, Universidad de ChileJUAN PABLO LUNA
Instituto de Ciencia Política, PUC
Wednesday, 2 November 2011
Who's in and who's out
My colleague Juan Pablo Luna and I wrote this as a column, although it was published as a letter in El Mercurio.
I will reprint it in its entireity. The gist is that today's real political cleavage in Chile is not between left and right, or government and opposition, but between elites and everyone else. The upside is that we are not witnessing the kind of total breakdown in civil discourse that we saw in the late 60s and early 70s -- and which one at times observes in the US. The downside is that the institutions created to ensure that discourse at the political level have left out too many people, and those are the ones who today are demanding to be heard, in Chile and elsewhere. The challenge is to take those demands from the street back to political institutions, but to do so, the institutions, and the people within them, have to want to change.
There is little to indicate so far that they do
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